miércoles, 10 de abril de 2019

Buenas noches, señoro

Todas las noches echo mano del pendrive que suele traerme mi nieto Sauveur cuando viene a visitarme. Pero la otra noche no había manera de que el cacharrito hiciera contacto con el lector y me quedé sin saber cómo seguía la historia de Grace Marks —estoy casi segura de que ya tiene al doctor Jordan perdidamente enamorado, pero no puedo decir lo mismo de ella que es una muchacha con muchos dobleces—. Y como Raspa y yo ya estábamos perfectamente acomodados en el sofá con la mantita y las luces apagadas, decidí aventurarme a ver qué había en la televisión. 

Y resulta que el cantante este que sale tanto en las revistas y que es heredero de unas bodegas, tiene un programa...
— ¡Claro que tiene un programa! —me espetó Ada al día siguiente cuando hablamos por teléfono— ¿Cómo se titula? ¿«Ven a mi casa»?
— Ay, la casa… solo la cocina es tan grande como el súper del pueblo.
— El tono del programa también es muy como de súper de pueblo. ¿«Cena en mi casa»?
— Pero si no era una cena, hija, era de día.
— No, Carmina, no. Empiezan a hablar y a beber de día pero pasan así tantas horas que al final les anochece y cenan juntos y arreglan el mundo a su manera. Creo que es «Te invito a cenar».
— Pero no lo entiendo, si este hombre no es periodista ni nada.
— Bueno, él se justifica diciendo que se ocupa solo de la faceta humana de sus invitados. ¿«Cena conmigo»?
— A mí me dio un poco de pelusilla todo. Y eso de «la faceta humana» es muy engañoso, que de visita todos somos buenos.
— Me encanta esa expresión tuya.
— Y si a Hitler le hubieran hecho una entrevista para preguntarle por sus cuadros o por sus mascotas, nadie habría sospechado que era un dictador genocida.
— Quizá ese sea el objetivo. ¿«Esta noche, en mi casa»?
— Mmm... independientemente de lo que pretenda el programa, no me convenció. Yo es que a este señor…
— Señoro, señoro.
— Es igual, que lo tengo demasiado presente de cuando era joven y actuaba en los programas de variedades de la televisión pública, cantando sus baladas y sus rancheras.
— Pero como cantante tampoco debió tener mucha fama ¿no?. ¿Será posible que no pueda acordarme del nombre del maldito programa?
— Era más famoso por su vida privada que por sus canciones y, por lo visto, en Latinoamérica tenía bastante acogida. Además era alto y guapetón y sacaba mucho partido al tono canalla de sus letras… ¿Cómo decía esa tan famosa? ¿«Buenas noches, señora»? 
Ada empezó a reírse a carcajada limpia al otro lado del teléfono. Ella es así de explosiva, para lo bueno y para lo malo. 
—¿De qué te ríes, hija?
—Ya sé cómo debería llamarse el programa: «Buenas noches, señoro» 
El próximo día que venga por casa tengo que pedirle que me explique eso de señoro

A cuidarse.