domingo, 15 de septiembre de 2019

Un día normal

En principio tenía que ser un día normal; un poco de recoger la casa, un poco de faenar en el huerto, acercarme al mercado a hacer la compra, el cafetito de la tarde, algunas labores, un capitulillo de Mindhunter... lo que viene siendo la jornada estándar de una abuela de pueblo como yo. 

Todo iba según lo previsto hasta que he entrado en la carnicería a por unos filetes de ternera y me he encontrado con ella. Pensé en volverme y salir de allí ipso facto pero ya era demasiado tarde: 
— Hola, Carmina ¿ya no saludas? 
Podía sentir sus tentáculos urticantes tratando de alcanzarme. No obstante, mantuve el tipo: 
— No te había visto, mujer. 
— Pues el otro día lo comentábamos en el casinet, ¿dónde se meterá esta Carmina? 
Si los de narcóticos hicieran una redada en el puñetero casinet… Mejor te muerdes la lengua, Carmina. Hazte la tonta: 
— Qué raro que no me hayáis visto. Si yo vengo todas las semanas al mercado.
— De eso nada, yo vengo cada día y no te veo nunca. ¡Hasta pensaba que te habías hecho vegetariana y que ya solo comías lo que cultivas en tu huerto! 
Yo desnuco a las culebras que merodean mi huerto... pero no vas a sacarme de mis casillas; solo eres una pobre mujer, una pobre y miserable mujer… 
— ¿Cómo están tus nietos? ¿Sabes que a mi hija la han ascendido? 
Por fin alguien le ha reconocido que no es medio inútil si no inútil integral. 
— Y va a casarse este verano. Un chico guapísimo. ¿Tu nieta Ada no se casa? 
— No me ha comentado nada. 
— Me pareció verla pasar por la plaza hará un par de semanas. Al principio me hizo dudar con ese corte de pelo de muchacho. 
— Qué tarde se me está haciendo. Voy desfilando que tengo que darle de comer al gato. 
— ¿Tienes un gato? Pues yo tengo un perro ¡con pedigrí! 
— ¡Adiós! 
— ¡Y dile a tu nieta de mi parte que tiene que ser un poco más femenina! 
— Díselo tú el próximo día que la veas pasar por la plaza. 
Mamarracha. 

Y ya he llegado a casa de mal humor y dándole vueltas a lo que me ha dicho, a lo que tendría que haberle dicho y a lo que le diría si la tuviera delante en ese momento. No puedo con ella, me pone de los nervios. Será verdad que todos tenemos una némesis, alguien al que no soportamos, que nos hace hervir la sangre por más que tratemos de evitarlo y esa mujer —muy a mi pesar— es mi némesis, mi antagonista, mi doctora Moriarty. ¡La odio! 

Pero al cabo de un rato, mientras ponía orden en la cocina, me he dado cuenta de algo: que al odiar a esa mujer —a esa pobre y miserable mujer— lo único que consigo en tenerla en mi vida cuando lo que quiero es, precisamente, que esté fuera de ella. También me he dado cuenta que al irme así de la carnicería no he comprado los filetes de ternera. 

Y por eso odiar es malo: porque te une a la persona que detestas y también porque te deja sin comer. 

Un saludo.