domingo, 28 de octubre de 2018

Teorías notorias




Yo nací en la posguerra y a veces me da por pensar que la Guerra Civil se produjo porque una mitad de la población y la otra tenían ideas totalmente opuestas, y que si en lugar de dos mitades se hubiera tratado de un tercio y dos tercios, a lo mejor no viviríamos con el recuerdo de aquella barbarie porque nunca se habría producido. 

Luego me doy cuenta de que no hemos mejorado mucho (y eso que la historia está para aprender de los errores), ahí tienes a los de la derecha y a los de la izquierda sin ser capaces de ponerse de acuerdo, ¡por no hablar de los de la izquierda entre ellos!, ¡o la derecha misma que ahora está también dividida y en plena carrera hacia vaya usted a saber dónde! 

Y yo me pregunto ¿Por qué somos tan diametralmente opuestos en este país? No será por la educación, que en principio es la misma para todos. No es generacional porque gente de una ideología u otra hay en todas las franjas de edad. Tampoco se me ocurriría decir que es una cuestión genética ¿te imaginas? ¡el gen conservador, el gen republicano! Empiezas diciendo eso y acabas con tus vídeos dando tumbos por el YouTube de marras. 

Yo tengo una teoría; mis teorías suenan un poco esperpénticas pero tienen su razón de ser. Se me ocurrió comentársela a Ada cuando vino el otro día a verme: 
— Es una cuestión geográfica —le dije—: temperatura, mareas, diferencias de presión… todo eso nos afecta en el ánimo.
— ¿Quieres decir que donde hace frío son más así y donde hace calor son más asá? —dijo ella mientras masticaba un trozo de tarta de zanahoria—. Porque ese argumento es muy simplista.
— Lo que yo quiero decir es que como estamos rodeados por tantas variables que nos aturden de diversas maneras, estamos todos alterados y así no hay forma de ser moderado ni de hallar puntos de encuentro.
— ¡Esa es tu teoría! —exclamó ella.
— Te diré más —insistí—: las fronteras. No es lo mismo limitar con Portugal, que es el último país del continente, que limitar con Francia (que no deja de ser la puerta de Europa) o que tener todo el Mediterráneo por delante.
— Tienes que dejar el café.
— Fíjate que el otro día leí algo sobre la Región Mediterránea. Resulta que históricamente se consideraba que tenía una entidad propia; el Mediterráneo, lejos de considerarse una frontera, era un elemento de intercambio y enriquecimiento cultural y económico.
— Y debería serlo también ahora —murmuró Ada con acritud.
— Pues eso. Y ya no hablemos de la frontera sur y su compleja relación con el norte de África, que se tardó cuatrocientos años en lograr la Reconquista.
— Qué coño de reconquista, Carmina… —espetó Ada— ¡si llevaban viviendo aquí cuatrocientos años digo yo que también era su casa! 
¡Miauuu!
Raspa, que llevaba todo el tiempo tumbado junto a mis pies, se había levantado y miraba a Ada fijamente.
— ¿Qué? —le dijo ella— ¿no estás conforme?
¡Miauuu!
—Mejor cállate que a ti te encontré en la calle
Raspa volvió a enroscarse sobre mis pies sin replicar. Hoy hemos descubierto que es cristiano.

A cuidarse.

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