sábado, 26 de agosto de 2017

«Raspa»

Éramos pocos y parió la abuela










A la vuelta de un recado me encontré a Benet, el chico del súper, plantado junto a la puerta con el pedido de la semana. Me dijo que no llevaba mucho esperando.
—Cuando he llegado había una chica —murmuró entre dientes.
—¿Una chica? Qué raro —dije—. ¿Vendía algo?
—No creo. Al acercarme, casi me fulmina.
—¡Ah! —exclamé complacida— Sería mi nieta Ada —Justo entonces recordé que me dijo que quizá me haría una visita el fin de semana. 
—No sé —murmuró Benet con un velo de pesadumbre—. Yo solo le he dicho que traía la compra y ella me ha mirado como si fuera idiota. 
—Seguro que era Ada —concluí satisfecha— No te agobies, hijo, ella siempre mira así.
Rescaté mi teléfono del fondo del bolso y vi las llamadas perdidas: siete u ocho. Debía estar echando humo. Le escribí: «El mochuelo ya está en el nido». A los cinco minutos aparecía por la puerta, resoplaba como un miura. Iba cargada con una de esas cajas de plástico con asa y respiradero. La semana anterior me había comentado por teléfono que, desde hacía unos días, un gato vagabundo merodeaba su patio y se dedicaba a hostigar a los perros; ellos se ponían a ladrar como desposeídos y estaban volviendo loco a todo el vecindario.
—Voy a llamar al ayuntamiento para que se lleven al pequeño tigre sarnoso. 
—¿Y qué hace el ayuntamiento de Barcelona con los gatos? —pregunté escéptica. 
—Los meten en una especie de centro de acogida por si alguien los adopta. Pero este... Es un gato callejero, no está muy lustroso que digamos y, además, es tuerto. 
—¿Y entonces? 
—Lo acabarán sacrificando. 
—¡No me digas eso! 
—Qué quieres, es lo que hay. 
—Ay, niña… —suspiré con un nudo en el pecho que debió traslucirse en el tono de mi voz. 
—No estás hablando en serio. 
Cuando Ada abrió la portezuela y pude verlo finalmente, se me cayó el mundo encima. Ella se dio cuenta. 
—Tranquila, que esto no es tu gato —me dijo.
—¿Ah, no? —respondí yo aún aturdida ante la visión de aquel raquítico cepillo de jardín despeluchado. 
—No —reiteró Ada sin poder evitar una risilla—. Es la raspa del boquerón que tu gato se ha comido por el camino. 
—Óyeme bien —le dije entonces levantando mi dedo. Ya estaba cansada del cachondeo con el pobre animal—, cuando yo acabe con este gato se lo van a rifar en esos calendarios que circulan por internet. 
—Pues ya le estás haciendo un parche bien «cuqui» porque los únicos tuertos que triunfan en internet son los que se disfrazan de pirata —Se hizo un silencio. Las réplicas de Ada siempre logran eso. 
—Sí que parece una raspa, ¿eh? —Tuve que admitir al fin—. Míralo, debe tener las tripas como cuerdas de guitarra. 
—Me lo llevo otra vez. Sin problema. 
—De eso nada.
Y ahora tengo un gato. 


A cuidarse.

2 comentarios:

  1. Deseando saber lo que ocurrió con el gato.
    Desde ahora,me declaro fan de Carmina Petit.
    Un abrazo
    Elens Rius

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, Elena.
      Si Chéjov decía que si en una obra aparece un clavo, el personaje debe acabar colgándose de él. Con mucho menos dramatismo, parece que "Raspa" no va a caer en saco roto.
      Un abrazo

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