miércoles, 6 de septiembre de 2017

La novela esquiva

Qué bien se explica Natalia, la chiquita que lleva el club de lectura de la biblioteca municipal. El otro día nos expuso el contexto histórico-social de «El amante de Lady Chatterley». Habla con tanta sencillez que consigue que parezca fácil, consigue que resulte interesante, consigue que apenas le preste atención a la argolla de su nariz o a las algarrobas de su pelo (¿cómo hace para que quede tan apelmazado y tan tieso? Parece roña. Ada dice que es un producto a base de grasas vegetales y no sé qué historia. Eso, para mí, es roña, menos mal que ya casi ni me fijo). 

El caso es que nos iba a anunciar la siguiente novela cuando una de las que siempre llega tarde, levanta la mano y dice:
—¿Por qué no leemos la otra y así comparamos?

—¿Qué otra? —dijo Natalia, algo desconcertada—. ¿Alguna otra obra de D.H. Lawrence?

—No, no, la otra. La de las sombras. 
Menudo revuelo. Y entonces até cabos acerca de los cuchicheos y los corrillos de las sesiones anteriores. 

Resulta que hace cuatro o cinco años salió una novela erótica que ha sido un éxito de ventas. Y, a raíz de la lectura de Lady Chatterley, esta que siempre llega tarde y sus comadres proponían leerla y comentarla en el club. Pero Natalia concluyó que el programa de la biblioteca planteaba alternar diversos géneros, por lo que la lectura de «50 Sombras de Grey» resultaría redundante. Qué bien habla. Luego se sujetó los churros de pelo con ambas manos, como si fuera un manojo de vainas secas, y se los recolocó tras la nuca. Tiene que ser molesto, no me digas.

Antes de salir de la biblioteca le pregunté al muchacho del mostrador por la novela de las benditas sombras pero resultó que estaba reservada durante los siguientes tres meses. También era mala suerte, pero como a mí nunca me ha molestado invertir en literatura y mi librería de confianza me quedaba de paso, decidí entrar y preguntarle a Antoni.
—¿Es para ti o para regalar? —me dijo.
—Para mí. 
—No me queda nada. 
—¿Y para regalar, sí? —Él empezó a balbucear por lo bajo.
—Mira —dijo finalmente—, si yo no te lo vendo, tú no lo lees y así no me arriesgo a perder a una de mis mejores clientas. 
—No entiendo a qué viene esto, Antoni.
—Tú acuérdate de la que me armaste con Stieg Larsson.
Esa noche yo seguía desconcertada por los acontecimientos de la tarde así que, cuando me llamó mi nieta Ada, le pregunté si podía conseguirme el libro a través de la red de bibliotecas de Barcelona.
—¿Eso leéis en tu club de lectura? —espetó.
—No, hija, en el club vamos a leer «Mientras agonizo», pero es que tengo curiosidad.
—Un par de reseñas y se te pasa.
Y me las envió a mi correo. Y llegué a la conclusión que tal vez era preferible agonizar a quedarse entre las sombras.


A cuidarse.

2 comentarios:

  1. Jeje. Mucho paternalismo el que ejercitan con(tra) esa señora, y también un poquito de mansplaining. (Podría ser mansplaining total si el librero no tuviese coartada, según hemos leído en una entrega anterior).
    Pero reflejas muy bien ese proteccionismo social hacia las mujeres mayores -solo hacia las mujeres- y que ellas (salvo excepciones que se multiplicarán a medida que vayamos llegando hasta ahí las que llevamos una vida cultural y profesionalmente activa) suelen aceptar e incluso agradecer.
    En fin, la vida misma. Por eso este blog me gusta tanto.

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  2. Bienvenida seas, Molina de Tirso.
    Muchas gracias por tu seguimiento. Discrepo en el asunto del paternalismo y el mansplaining (en lo que concierne al texto). Pero que un libro como "50 sombras de Grey" siga en las librerías, ocupado en las bibliotecas y en boca de todos aunque no lo hayan leído, sí es la vida misma. Celebro que te guste el blog.
    Un saludo.

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