lunes, 4 de febrero de 2019

Grandes momentos

Bryn no tiene tele porque es muy hippy pero su ordenador está siempre encendido a todo trapo con la música. El otro día fui a llevarle un poco de caldo y se empeñó en enseñarme unas piezas de arcilla con las que estaba muy implicado. En lugar de trabajar en el garaje, como hace siempre, se había instalado en el salón y no voy a decir cómo estaba todo de polvillo anaranjado. 

El ordenador también. 

Hubo un momento en que Bryn salió al jardín a buscar no sé qué y yo aproveché para pasarle un pañito a la pantalla, que daba pena verla, y entonces me percaté de aquellas imágenes y aquella música que me trasladaron casi cuarenta años atrás. No es fácil olvidarse de esa mujer pasando la aspiradora con semejante mostacho en la cara. Renée y yo solíamos sentarnos a ver el vídeo entero cada vez que lo daban por la tele. 
—¿Qué es lo que dice?
—Que quiere ser libre —me explicaba Renée entre risas. 
Pero no dejaba de ser un contrasentido porque tan pronto estaba pasando el aspirador y diciendo que quería ser libre como abría un armario y dentro había una multitud cantando. Y el mismo muchacho que antes estaba vestido de mujer aparecía con unas mallas de lycra con estampado de piel de vaca, bailando con otros con las mismas pintas como si fueran todos un grupo de ninfas y sátiros. 
—Lo buen mozo que es y las pintas que lleva —le decía entonces a Renée mientras me preguntaba qué era exactamente lo que me pasaba cada vez que veía aquel vídeo. Y es que aunque mi cerebro me inducía a apartar la vista de tanto disparate, mi cuello se negaba a obedecer. 
Estaba tan ensimismada con el vídeo que no me he dado cuenta de que Bryn ya había vuelto y que me observaba con curiosidad. 
—¿A ti también te gusta Queen, Carmina?
—Uy no, hijo. Este muchacho me desconcierta. 
Me di cuenta de que Bryn tenía ese brillito en los ojos de cuando, según él, acaba de tener una buena idea. 
—Espera, me dijo —mientras iba a por una silla. 
Me hizo sentarme frente a la pantalla y luego anduvo tecleando en el ordenador. 
—Ya —anunció mientras se acercaba un taburete y se sentaba a mi lado.
—¿Pero qué…? 
Él se llevó el dedo índice a los labios para pedirme silencio y me señaló la pantalla. Reconocí enseguida la música de «Barcelona», la canción que se compuso para celebrar los Juegos Olímpicos del 92. Observé a la maravillosa Caballé que perdimos hace tan poquito, con su voz prodigiosa y su presencia, siempre tan elegante. Y entonces miré al muchacho que cantaba con ella… ¡Ay! 

Vi el vídeo entero sin pestañear siquiera y cuando acabó, sentí que tenía un nudo en la garganta. Bryn me miró de reojo y sonrió. 
—Es imposible que a alguien no le guste Freddy Mercury, Carmina —me dijo.
—Eres un tunante —le respondí. 
Todavía me temblaba la voz. 

A cuidarse.

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