domingo, 5 de mayo de 2019

La casita azul


Renée compró la casa que estaba al final del pueblo por cuatro míseros duros. Estaba muy deteriorada, casi en la ruina, pero ella —y su debilidad por causas imposibles— se implicó de lleno en la reforma. Fue una etapa bastante intensa porque Renée andaba muy ocupada entre su trabajo en el Bleumer y el seguimiento de las obras y yo tenía a Juliette conmigo casi todo el día; iba con ella a todas partes y apenas tenía tiempo para pensar.

Aquello se llenó enseguida de hombres del pueblo que trasteaban tablones y capazos de cemento de un lado a otro, y antes de lo que nadie imaginaba, aquel cascarón cuarteado y lleno de piteras empezó a cobrar lustre y, como si fuera cosa de milagro, empezó a parecerse a una casa de verdad. Los huecos sombríos se convirtieron en ventanas, los muros desgastados se tornaron blancos y tersos como una sábana y recobraron las aristas, y la cubierta nueva (con las tejas de un vivo tono caldera) parecía que hubiera descendido del mismo cielo durante la noche anterior para posarse dulcemente sobre aquellas paredes. Los últimos retoques constaron de una segunda mano de pintura a la fachada: todo un zócalo gris azulado que rodeaba la casa y el mismo tono alrededor de las ventanas. La casita azul

Pero no fue hasta el día en que vi la camioneta de la tienda de muebles y aquellos operarios descargando la cama y la cómoda y la mesa de comedor, que se me cayó el mundo encima. No hacía más que repetirme a mí misma que se iban a vivir a escasos diez metros y que era mejor así pero no servía para que me sintiera mejor. Renée y la niña salieron de mi casa con sus pertenencias y su entusiasmo me rompía el corazón. «Ahora ya tenéis vuestra propia casa» les dije mientras cruzaban mi jardín «me alegro mucho por vosotras». Entonces Renée se detuvo y adoptó aquella expresión tan suya que en los meses que llevaba conociéndola yo había decidido bautizar como el semblante neutro. Y el semblante neutro de Renée —aunque aparentemente no expresaba nada— no debía ser tomado a la ligera porque era el que ella empleaba cuando barruntaba algo importante, algo que le tocaba muy adentro. 

«Carmina Petit… Esa casa no será un hogar si tú no estás en ella» 

Y es por esas palabras que ahora me hallo enredada en tantas tribulaciones. Ada y Sauveur no quieren poner la casa a la venta sin mi consentimiento, son muy buenos chicos; argumentan que no se le está dando uso, que no hay necesidad de que emplee mis energías en mantenerla. Pero yo les digo que me pidan cualquier cosa menos eso… ya sé que no tiene un sentido lógico y que ellos tienen razón pero ¡qué se yo! ¿cómo voy a deshacerme de mi casita azul? 

A cuidarse.

2 comentarios:

  1. Hola, Beatriz:

    Adoro a Carmina y, aunque me faltan años para ser abuela, es que me veo en ella de mayor. Me fascinan los gatos, soy independiente a tope y adicta a los clubes de lectura. Carmina Petit soy yo en el futuro, o un clon de Carmina vive dentro de mí. Creo que nos llevaríamos muy bien.
    Saludos y te seguiré leyendo.
    Ah, mi madre (Carmen) dice a cuidarse, o "abrigarse y buen apaño"

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    1. Hola, Lupita.
      Por lo que os conozco a ambas, no me extraña que te identifiques con Carmina porque las dos sois encantadoras!
      No había escuchado lo de "abrigarse y buen apaño" pero lo anoto. Soy muy fan de este tipo de expresiones que están en peligro de extinción.

      Un saludo!

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