domingo, 15 de diciembre de 2019

Viejas

Pues acababa de hacerme mi cafetito de la tarde, deseando plantarme en el sofá a seguir viendo Bosch (qué detective tan profesional) cuando oigo que llaman a la puerta. No pude evitar chasquear la lengua contrariada mientras devolvía mi taza intacta sobre el platito. 

Raspa, que es un curiosón, se me pegó a las piernas todo el camino hasta la puerta. Cuando abrí, no me lo podía creer: FULANITA y MENGANITA. Raspa dio la vuelta y me dejó sola a mi suerte. 
— Carmina, hija, ¿qué es de tu vida? —me dijeron prácticamente a coro.
— ¿Ha pasado algo? —fue todo lo que acerté a decir. A estas edades, caemos como moscas.
— Nada, mujer, que como cada tarde salimos un rato de paseo nos hemos dicho ¿por qué no vamos hasta las afueras y saludamos a Carmina? Que nos dijo PROPANITA que el otro día te vio en la carnicería pero que ibas con tanta prisa que apenas pudisteis hablar de nada.
— Ah… PROPANITA.
— Mira que eres difícil de ver, si al menos te pasaras por el…
— El Casinet, sí.
— ¡Y no hablemos de tus nietos!
— No, no hablemos —dije, aunque era un deseo que no iba a cumplirse.
— El muchacho, fíjate tú el tiempo que hace —dice una.
— Y lo buen mozo que se hizo, con todos los problemas de salud que tenía de chico —dice la otra—. Los pulmones ¿verdad?
— Los juanetes —dije yo entonces sin saber muy bien por qué. Era una estupidez pero les dio igual.
— ¿Y tu nieta? Ana, ¿no?
— Ada.
— Fíjate que hace unas semanas vi pasar una muchacha flacucha y así como pálida y le digo a esta: mira si no es esa Ana, la nieta de Carmina. ¿Te lo dije o no?
— Sí, sí. Y yo le digo: qué seria va siempre ¿no? Y nunca se la ve con ningún muchacho.
— Es que mi Ana es lesbiana —se me ocurrió soltarles entonces.
— ¿Qué me dices? —dice una de ellas.
— Bueno, no te hagas la tonta que esto lo hemos comentado alguna vez —dice la otra.
— ¿Yo? Ni muerta —dice mirando a su amiga con puñales en los ojos—. Te lo juro Carmina, lo único que he comentado alguna vez es que tú de joven eras un poquito especial y no se sabía muy bien para donde tirabas.
— Bueno —dije yo entonces—, siempre me sentido muy trans, pero en aquellos tiempos había que callarse.
— Ah, vaya —dice una.
— No me digas —dice la otra sin entender tampoco lo que acababa de decirles.
— Y ahora, si me disculpáis, os dejo seguir con vuestro paseo que tengo una cosa al fuego. 
Cerré la puerta y de vuelta al sofá empecé a reírme yo sola: ¿trans? ¿cómo se me había ocurrido decir semejante cosa? Lo que tú siempre has sido, Carmina, es demasiado TRANSigente con las tonterías ajenas. Me dije. Me senté en el sofá, cogí mi café con una mano, el mando a distancia con la otra y, antes de encender el televisor, me volví hacia Raspa que me estaba mirando y le dije: 

Al que mucho quiere saber: poco y del revés. 

A cuidarse.

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